martes, 5 de octubre de 2010

Y tu... ¿para qué te levantas cada mañana?

Uy, perdón. ¡Qué atrevida! Un poco profundo para comenzar. Nadie se para a pensar en ello un domingo por la tarde. Y, probablemente, un lunes será demasiado pesado. Y el martes no será un buen día. Ufff... y ya el miercoles, ¿para qué? El jueves ya casi es fin de semana y el viernes todas las cosas pendientes se dejan para la semana que viene. Y el sábado... ah, ¿pero el sábado se hace algo? Y así, relegamos a "la semana que viene" todo lo que queremos hacer y no hacemos. A ese día que nunca se llega si no le ponemos fecha, hora e intención. Y muchas ganas.
¿Hacia dónde vas?
¿Qué sentido tiene tu vida?

Y, sin embargo, encontrar la propia respuesta no es tan difícil.
Sobre todo si no tratas de convencer a nadie para que vaya contigo. Sobre todo si no tomas prestados de por vida sentidos ajenos. Sobre todo si no te dejas convencer por cualquiera que te diga:

"No, ese no puede ser tu rumbo."

Cuando el camino es correcto se tiene la certeza de no estar perdido, se siente la satisfacción de saber que uno ha encontrado el rumbo. Pero tampoco es tan fácil. Sobre todo si el sentido de tu vida es uno, pero tu meta inmediata es otra, y debes elegir entre el placer de conquistar ésta y la serenidad que promete seguir a aquél. Especialmente cuando te das cuenta de que acertaste el camino sin saber siquiera cuál es tu respuesta a la pregunta clave, es decir, cuando tus pasos accidentalmente coinciden con aquello que, aunque no seas consciente, le da sentido a tu vida, cuando aún sin saber por qué, te sientes feliz.

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